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Equidad de género: Nuevas perspectivas sobre la salud

Título

Equidad de género: Nuevas perspectivas sobre la salud

Autores

Nuria Alonso Peña
Autor/a para correspondencia

Enfermera del H.U. Márques de Valdecilla (Santander-Cantabria-España)

nuriaalonsop@gmail.com

Resumen

Durante las últimas décadas, las evidencias observadas en cuanto a las diferencias en Salud de hombres y mujeres, han hecho relevante la necesidad de incorporar la perspectiva de género en las políticas públicas, y en ámbitos sociales y sanitarios.

Estas diferencias derivadas de la asignación de roles sociales específicos para cada sexo, ha dado lugar a la aparición de desigualdades de género, evidenciadas gracias a la inclusión de la desagregación por sexo en los estudios de investigación. De este modo, se ofrecen datos que permitirán apreciar diferencias en la salud de hombres y mujeres, como son la mortalidad, la esperanza de vida, la percepción de la propia salud...así como las diferencias de comportamiento en relación con factores que influyen en la salud: hábitos tóxicos, sobrepeso, ejercicio físico, división sexual del trabajo, realización de controles de salud, etc.

La consideración de estos factores implica conocer cómo afectan tanto a hombres como a mujeres puesto que, los factores a los que se exponen tienen diferentes consecuencias en función del sexo. Un ejemplo es la vida en pareja, que para los hombres constituye un factor protector de la salud, mientras que para ellas supone un factor de riesgo, íntimamente relacionado con la doble carga de trabajo que ha supuesto para las mujeres el desarrollo del trabajo remunerado junto con el doméstico. De la misma manera influyen los hábitos relacionados con los estilos de vida, así como la utilización de los servicios sanitarios, entre otros.

La investigación ha introducido medidas para paliar desigualdades y lograr equidad de género, tales como la creación de programas bajo perspectiva de género y la formación en este campo profesionales sanitarios, clave para abordar inequidades.

Abstract

Over the last decades, evidences observed as for the differences in health of men and women, have made relevant the need to mainstream the gender perspective both in public policies and in social and sanitary areas.

These differences arising from the allocation of specific social roles for each sex, has given rise to gender inequalities appearance, highlighted thanks to disaggregation by sex inclusion in research studies. In this way, provide data that will enable to appreciate differences in men and women health, such as mortality, life expectancy, own health perception... as well as differences in behavior in relation to factors that influence health: Toxic habits, overweight, physical exercise, sexual division of labour, health controls, etc.

Consideration of these factors involves knowing how they affect both men and women, since the factors they are exposed have different consequences based on sex. An example is partner cohabiting, for men is a health protective factor, while for women represent a health risk factor, closely related to the double burden of work which has resulted for women in the development of paid work with the domestic work. In the same way influence habits related with lifestyles, as well as the use of health services, among others.

The research has introduced measures to mitigate inequalities and achieve gender equity, such as the creation of programs under gender perspective, as well as training in this field of health professionals, key to confront these inequities from their base.

Artículo

Durante las últimas décadas, las evidencias observadas en cuanto a las diferencias en Salud de hombres y mujeres han hecho relevante la necesidad de incorporar la perspectiva de género en el ámbito social y sanitario, y también de las políticas públicas.

Aunque numerosas organizaciones han apoyado esta nueva visión, tanto a nivel internacional como nacional, y los poderes públicos la han asumido e incluido en sus actuaciones, se trata de un campo en el que todavía es necesario avanzar puesto que, aunque en la actualidad la investigación bajo la perspectiva de género es un hecho, todos los estudios recogen la información en función del sexo y la analizan de forma independiente.

Sin embargo, se han realizado estudios en algunos aspectos para reconocer las necesidades de hombres y mujeres y para implementar programas y actuaciones dirigidas al abordaje de las desigualdades de género detectadas en dicha investigación.

Por otro lado, sexo y género siempre van unidos y sin embargo son conceptos diferentes; mientras que el sexo hace referencia únicamente a las características biológicas que diferencian a los hombres de las mujeres, el género es un concepto que engloba los roles, conductas y actividades que socialmente se consideran propias de hombres o mujeres.

De este modo, la mayor longevidad de las mujeres, por presentar una mayor esperanza de vida, no implica una mejor calidad de vida, puesto que sufren más enfermedades crónicas que los hombres, provocando incapacidades que las llevan a vivir de forma dependiente.

También se observan diferencias en cuanto a las causas de muerte, puesto que, como se expondrá en el segundo capítulo de este trabajo, las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte para ellas, mientras que para ellos lo son los tumores.

Estas diferencias que se producen entre unos y otros podrían explicarse mediante la consideración de múltiples factores que afectan a ambos sexos de distinta manera, como puede ser la vida en pareja que para los hombres constituye un factor protector de la salud, mientras que para ellas supone un factor de riesgo, íntimamente relacionado con la doble carga de trabajo que ha supuesto para las mujeres el desarrollo del trabajo remunerado junto con el doméstico.

De la misma manera influyen los hábitos relacionados con los estilos de vida así como la utilización de los servicios sanitarios, entre otros.

Por último, se han ido introduciendo una serie de medidas para paliar estas desigualdades, como pueden ser las encaminadas a liberar a las mujeres de dicha sobrecarga, y partiendo de la investigación lograr la equidad de género, para dar lugar a la creación de programas bajo la perspectiva de género, así como la formación en este campo de los profesionales sanitarios, clave para poder abordar estas inequidades desde su base y en el día a día.

foto portada

 

1.– INTRODUCCIÓN

Tradicionalmente en los estudios relacionados con la salud sólo se incluía a los hombres y los resultados eran extrapolados a toda la población, dando por hecho de esta forma, que los efectos de lo que se estudiaba serían iguales para ambos sexos. Sin embargo, gracias a los movimientos feministas de los años setenta1, las mujeres comenzaron a expresar su descontento con el sistema de interacción médico-paciente y, posteriormente, a partir de los años noventa, las asociaciones médicas y algunas organizaciones del ámbito sanitario comenzaron a percibir la salud de las mujeres de forma diferente a la de los hombres y, consecuentemente, la necesidad de realizar actuaciones específicas para cada género. Así, el androcentrismo que sesgaba la investigación en salud va dejando paso a la epidemiología basada en las diferencias de género y al conocimiento de su influencia en la salud, con la consiguiente y progresiva inclusión de la perspectiva de género tanto en la investigación, como en la promoción de la salud, la prevención de enfermedades y la atención sanitaria (1).

La conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Beijing en 1995 impulsó la inclusión de la perspectiva de género en la investigación, puesto que hasta esta fecha los censos y estudios a gran escala se organizaban sin tener en cuenta esta variable. Así mismo, el informe Beijing+5 hizo hincapié en la necesidad de realizar estudios estadísticos incluyendo datos separados en función del sexo, e indicadores de género, como mecanismo para llevar a cabo políticas públicas adecuadas. Por ello, en 1997 la Organización de Naciones Unidas (ONU) incorporó la perspectiva de Género en sus políticas y programas.

En un principio, las diferencias entre hombres y mujeres en relación con la salud, se referían de forma estricta a las diferencias relacionadas con el sexo; es decir, a las diferencias físicas, anatómicas y fisiológicas, que aunque se engloban dentro de la perspectiva de género, ‘sexo’ y ‘género’ son dos conceptos diferentes, como se explicará en el primer capítulo de este trabajo.

Hasta entonces sólo el sexo se había considerado un determinante de la salud (dentro de los determinantes biológicos) y la OMS en su constitución establece que «el goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social» (2). Partiendo de este precepto, y considerando las diferencias que se producen en las sociedades en relación con los roles de género, que no han recibido la atención merecida, y la influencia que estas diferencias ejercen sobre la salud, la OMS comienza a establecer la necesidad de incluir la dinámica de género en sus políticas sanitarias (2) e integra en 2002 el género como determinante de la salud, estableciendo una nueva dimensión en sus políticas de actuación que denomina ‘Política de la OMS en materia de Género: Integración de las perspectivas de género en la labor de la OMS’, a partir de la cual la Oficina Regional Europea de la OMS inicia el ‘Programa de Mainstreaming de Género’

La OMS justifica la inclusión del género como determinante de salud por su objetivada vinculación con la salud. Considera que las desigualdades de género interactúan con variables sociales y económicas, que dan lugar a diferentes pautas de exposición a los factores de riesgo para la salud, diferentes condiciones de acceso a los servicios de salud y diferente utilización y atención en los mismos (2).

El texto se compone de tres capítulos: el primero explica conceptos de ‘Género’ y ‘sexo’. Se incluyen también otros conceptos como son equidad e inequidad de género, identidad social de género, etc.

El segundo, expone las diferencias en Salud entre hombres y mujeres, utilizando como fuentes el Instituto Nacional de Estadística (INE), y los informes sobre Género y Salud realizados, desde 2005, por el Ministerio de Sanidad.

El tercero, expone aspectos de la influencia del género en la salud, conclusiones extraídas de los capítulos anteriores, y una breve explicación de las medidas que se están desarrollando en relación con este tema.

 

2.– CONCEPTUALIZACIÓN DE SEXO Y GÉNERO

Durante las últimas décadas se ha introducido paulatinamente el término ‘género’ en la literatura científica sociosanitaria, sustituyendo en ocasiones al término ‘sexo’, y utilizándose como sinónimos, cuando en realidad se trata de conceptos diferentes (3).

Por este motivo, se intenta aclarar en qué consiste cada uno de ellos, vislumbrando de esta manera la importancia que ha adquirido la inclusión de estos dos conceptos, de forma independiente, dentro de la literatura sanitaria.

El término ‘sexo’ hace referencia, exclusivamente, a las características físicas, anatómicas, fisiológicas o biológicas que diferencian a los hombres y a las mujeres4. Tiene la particularidad de ser un término dicotómico, por dividir la población en dos grupos claramente diferenciados5. El ‘género’, sin embargo, es un concepto mucho más complejo, por estar relacionado con numerosas variables. Está determinado por las funciones, actividades y atributos que cada sociedad contempla para cada sexo, tratándose de un concepto dinámico, reproducible y variable de unas sociedades a otras e, incluso, a lo largo de la historia (4).

El género hace referencia a las diferencias sociales o culturales motivadas por el sexo, por lo tanto son características simultáneas de las personas4. Es decir, todas las personas son de un sexo y, a la vez, poseen un género otorgado culturalmente por su rol social.

El sexo forma parte de los determinantes biológicos de la salud, tratándose de un determinante no modificable, mientras que el género, por tratarse de un constructo determinado socialmente, forma parte de los determinantes sociales de la salud (2) o estilos de vida que fueron definidos en el Informe Lalonde, en 1974, como los que porcentualmente ejercían una mayor influencia sobre la salud y, además, eran los más influenciables o modificables.

Según la OMS, mientras que el término ‘sexo’ hace referencia a las características que vienen determinadas biológicamente, el “género se refiere a los roles sociales, conductas, actividades y atribuciones que cada sociedad considera apropiados, para hombres y mujeres” (6).

En definitiva, el término ‘género’ se utiliza para describir las características de hombres y mujeres que están basadas en factores

sociales. Las personas nacen con sexo masculino o femenino, pero aprenden a ser niños y niñas, que se convierten en hombres y mujeres. Este comportamiento aprendido compone la identidad de género y determina los roles de género (2).

La socialización de género viene determinada por la identidad social de género, que consiste en la asunción de lo que es considerado socialmente como masculino o femenino, en función de características aparentes, corporales y visibles, que se proyectan sobre cada sexo. Se considera la socialización de género, como la piedra angular dentro de este campo, por estipular una serie de conductas y patrones (de riesgo) estereotipados que producen desigualdades en salud entre hombres y mujeres (7).

Los roles y conductas definidos socialmente, como ya se ha mencionado, pueden dar lugar a desigualdades de género, como son las diferencias que se producen entre hombres y mujeres que favorecen sistemáticamente a un grupo u otro. De este modo, tales inequidades desencadenan injusticias entre hombres y mujeres, tanto en su estado de salud, como en el acceso a la asistencia sanitaria6.

Es necesario matizar que no todas las diferencias en salud que se producen entre hombres y mujeres implican la aparición de inequidad de género, únicamente presentan esta característica las que se consideren innecesarias, evitables e injustas (8).

En la Carta de Ottawa, emitida por la OMS en 1986, en la primera Conferencia de Promoción de la Salud, se determina que la equidad supone un requisito para la salud. En el programa ‘Política de la OMS en materia de Género: Integración de las perspectivas de género en la labor de la OMS’ se define la equidad de género como “la imparcialidad y la justicia en la distribución de beneficios y responsabilidades entre hombres mujeres” (2). Este  concepto reconoce, por tanto, que existen diferencias en cuanto a las necesidades de hombres y mujeres, y que unos y  otras gozan de distinto poder, por ese motivo tales diferencias deben afrontarse para corregir el desequilibrio que producen entre los sexos en materia de salud.

También se define en este programa la igualdad de género como la ausencia de discriminación basada en el sexo de la persona en materia de oportunidades, asignación de recursos y beneficios o acceso a los servicios (2).

La meta de la OMS es contribuir a la mejora de la salud tanto de hombres como de mujeres, mediante políticas, programas  e investigaciones basadas en la perspectiva de género para promover la equidad (2).

Para alcanzarla, los objetivos generales son proporcionar información cualitativa y cuantitativa sobre la influencia del género en la salud y la atención sanitaria; apoyar a los Estados miembros en la forma de llevar a cabo la planificación, la ejecución y la evaluación de políticas, programas y proyectos, que tengan en consideración las cuestiones de género; promover la equidad y la igualdad entre hombres y mujeres a lo largo de toda la vida, y velar porque las intervenciones no fomenten papeles y relaciones de género poco equitativos, entre otros (2).

Por último, este programa determina la necesidad de incorporar el análisis de género en todas las acciones, puesto que considera que esta visión define, analiza e informa las medidas encaminadas a afrontar las desigualdades derivadas de los distintos papeles de mujeres y hombres y de las desiguales relaciones de poder que ostentan, así como las consecuencias de esas desigualdades en su bienestar, salud y vida. Además, dar relevancia a los riesgos y problemas de salud a los que se enfrentan unas y otros como resultado de su rol social (2).

Para poder abordar el tema de la equidad de género y desarrollar políticas públicas y sociosanitarias bajo esta perspectiva, se debe tener en cuenta la influencia que ejerce el género en las siguientes dimensiones8:

  • Los condicionantes sociales y culturales de la salud y la enfermedad.
  • Los factores protectores y de riesgo.
  • El acceso a recursos para promover y proteger la salud, como la información, la educación, la tecnología y los servicios.
  • Las manifestaciones, la gravedad y la frecuencia de las enfermedades.
  • Las respuestas de los sistemas y servicios de salud.
  • La producción, difusión y consumo de nuevo conocimiento.

Finalmente, incorporar la perspectiva de género en el análisis de las desigualdades en salud supone considerar la socialización de hombres y mujeres de forma diferente (4).

Por tanto, aunque en los estudios sobre determinantes de salud se ha iniciado la sensibilización de género mediante la utilización de muestras constituidas únicamente por mujeres, el género supone también un determinante de salud para los hombres. Por este motivo, y con la finalidad de conservar el rigor científico, surge la necesidad de considerar las desigualdades de género tanto en hombres como en mujeres, introduciendo la desagregación por sexo en la investigación (3). Además, vincular, por un lado, la división por sexos del trabajo y de los puestos de poder con los perfiles epidemiológicos de la población y, por otro, las características de accesibilidad y gestión del sistema sanitario.

El marco teórico en el que debería encuadrarse un estudio para ser considerado ‘con perspectiva de género’, se basará en los sistemas de género, en los cuales se plantee el género como organizador de la estructura social (posición social de las mujeres y los hombres), determinante de los valores y normas (identidad social de género) y componente de la identidad personal (7).


3.– LAS DIFERENCIAS EN SALUD ENTRE HOMBRES Y MUJERES

La perspectiva de género comenzó a incluirse en la recogida de datos para estadísticas a partir de los años noventa, gracias a la toma de conciencia de los poderes públicos sobre la necesidad de incluir esta variable en los sistemas de información para poder llevar a cabo un análisis preciso de la situación de hombres y mujeres de forma independiente y, de esta manera, desarrollar políticas socio-sanitarias adecuadas a las necesidades de ambos sexos9.

Como se ha mencionado anteriormente, varias organizaciones, como la ONU y la OMS, fomentaron a partir de la segunda mitad de la década de los noventa la inclusión de la perspectiva de género en todas las actuaciones sociosanitarias.

Con estos antecedentes, se llevó a cabo en nuestro país la regulación por la que se hacía efectiva la  incorporación de la desagregación por sexo en el tratamiento de todos los datos incluidos en los registros, estudios e investigaciones, mediante el artículo 20 de la Ley Orgánica 03/2007, de 22 de Marzo, para la  igualdad Efectiva de Hombres y Mujeres.

Aunque previamente a la publicación de esta ley, la Encuesta Nacional de Salud (ENS) comenzó a incluir la variable sexo en algunos de los indicadores recogidos, posteriormente ha ido evolucionando en la inclusión  de la perspectiva de género. Así lo establece el artículo ‘Logros y retos de género de la Encuesta Nacional de Salud de 2006 (ENS 2006): análisis de los cuestionarios de adultos y hogar’ (7), concluyendo que la ENS 2006 incluye variaciones respecto de la anterior (ENS 2003), que permiten afirmar la mejora notable desde la perspectiva de género.

En este artículo se determinan, también, los campos que deberían ampliarse para adquirir un óptimo  conocimiento de la influencia del género en el estado de salud de la población española, por ejemplo, en lo relacionado con los tiempos dedicados al trabajo productivo y reproductivo, que considera claves para determinar la división sexual del trabajo y la doble carga.

La ENS tiene como objetivo ofrecer información sobre el estado de salud de la población, para poder  desarrollar una correcta planificación y posterior evaluación de las actuaciones e intervenciones en materia sanitaria (7). Por este motivo, se considera tan importante que muestre las diferencias en el estado de salud de hombres y mujeres.

Se exponen a continuación algunos de los datos recogidos en la mencionada encuesta, con la finalidad de describir a grandes rasgos la situación actual en cuanto a la influencia del género en la salud, tema central de  este trabajo, en la población española.

Así mismo, se incluyen datos obtenidos de otras fuentes, como el Informe Género y Salud 2005, la Encuesta Europea de Salud para España 2009 y el Barómetro Sanitario 2010, con el fin de incluir mayor información bajo la perspectiva de género, y así poder elaborar una composición más completa y aportar datos actualizados.

3.1. La salud de hombres y mujeres: Estado de salud por género de la población española en los últimos años.

3.1.1. Mortalidad de hombres y mujeres

Según los datos sobre mortalidad por causa y sexo recogidos por el (INE) en el año 2008, se observan las diferencias en la causas de muerte de hombres y mujeres.

Figura 1

*Figura 1.– Fuente: Instituto Nacional de Estadística año 2008. Elaboración propia

La principal causa de muerte en España durante el año 2008 para los hombres fueron los tumores, provocando la muerte de 64.358 varones10, mayoritariamente los de tráquea, bronquios y pulmón, y después los de hígado,  páncreas y vías biliares.

Sin embargo, la primera causa de muerte para las mujeres fueron las enfermedades cardiovasculares,  suponiendo la causa de muerte de 67.052 mujeres (10).

La segunda causa de muerte de los hombres en 2008 fueron las enfermedades cardiovasculares, produciendo  el fallecimiento de 55.741 hombres10. Mientras que en las mujeres fueron los tumores la segunda causa de muerte, provocando la defunción de 39.696 féminas. Destaca, en primer lugar, el cáncer de mama; le siguen en importancia el cáncer de colon y, por último, los tumores ginecológicos (útero, cérvix, ovario y genitales) (10).

La tercera causa de muerte, tanto en varones como en mujeres, fueron las enfermedades del sistema   respiratorio (10).

Y, por último, la cuarta causa de muerte en varones fue el grupo constituido por la causas externas (10), y, para  las mujeres, los trastornos mentales y del comportamiento (10).

Tras esta recopilación de datos estadísticos sobre la mortalidad por sexo, se podría afirmar que las causas que provocan el fallecimiento de hombres y mujeres son diferentes, y, por lo tanto, se confirma que el género es un determinante de salud, en concordancia con lo establecido por varios autores al determinar que “las causas evitables de enfermedad y muerte son diferentes entre hombres y mujeres” (11).


3.1.2. Esperanza de vida

La esperanza de vida es la media de años que se estima que vivirá una determinada población en un periodo de tiempo. Según datos del INE publicados en 2008, la esperanza de vida a cualquier edad era mayor para las mujeres (12).

encuesta 2

* Figura 2.– Encuesta Nacional de Salud 2006.

Sin embargo, en los países desarrollados la mayor longevidad no implica necesariamente el aumento de años vividos en buena salud, puesto que en la actualidad las enfermedades que afectan a sus poblaciones se caracterizan precisamente por su cronicidad8. Por este motivo, resulta imprescindible el análisis no sólo de la morbilidad y la mortalidad, sino también de las consecuencias derivadas de la enfermedad. Se utilizan, para ello, otros indicadores que analizan la calidad de vida, como la Esperanza de Vida en Buena Salud, la Esperanza de Vida Libre de Discapacidad, en general y para algunas actividades de la vida diaria, o la Esperanza de Vida Libre de Enfermedad Crónica (12):

- La Esperanza de Vida en Buena Salud es un indicador subjetivo que refleja el número de años que viven  las personas en buena salud. Esta percepción es mejor en los hombres de todas las edades que en las mujeres (12).

- La Esperanza de Vida Libre de Discapacidad establece el promedio de años que le quedan por vivir a una persona sin padecer incapacidad, a una edad determinada. La posición de las mujeres en este aspecto es un poco mejor que en el indicador anterior, ya que hasta los 75 años tienen menos discapacidades que los hombres. Ocurre lo mismo con la Esperanza de Vida Libre de Discapacidad para la Movilidad y es superior para el Autocuidado, en que la situación de las mujeres es mejor que la de los hombres hasta los 80 años. Sin embargo son menos los años –70– en que las mujeres no presentan incapacidad tanto para las actividades básicas de la vida diaria como para la realización de las tareas del hogar (12).

- La Esperanza de Vida Libre de Enfermedad Crónica que indica el promedio de años que vivirá una persona sin padecer una enfermedad crónica es mayor en los hombres españoles de todas las edades.

Puede afirmarse que las mujeres son más longevas pero sufren más enfermedades crónicas e incapacitantes que  les causan más dependencias y, por tanto, disponen de una peor calidad de vida. Por el contrario, los hombres viven menos años pero gozan durante más tiempo de una buena salud, sufren menos discapacidades y, por tanto, tendrán una mejor calidad de vida.

Esto confirma los dictámenes de varios autores que establecen que “la ventaja de supervivencia no equivale necesariamentea una mejor salud” (11).

Estos datos se ven confirmados con los que se recogen en la ENS sobre la Dependencia y la Salud Autopercibida que se presentan en los gráficos siguientes (figuras 2 y 3).

Respecto a la autonomía se observa que el porcentaje de hombres autónomos funcionalmente es mayor para cualquiera de las tres actividades recogidas (el cuidado personal, las labores domésticas y la movilidad) que el de mujeres.

 

3.1.3. Salud Autopercibida

Los hombres valoran positivamente su salud en mayor medida que las mujeres8, lo que también se refleja en los datos de la ENS (figura 3) en que el 75,1% de los hombres valora positivamente su salud, calificándola de buena y muy buena frente al 65% de la mujeres (13).

figura 3

*Figura 3.– Encuesta Nacional de Salud 2006 

 

3.1.4. División Sexual del Trabajo

Los datos referidos al trabajo reproductivo, también denominado ‘doméstico’, comprende las actividades destinadas a mantener el cuidado del hogar y de la familia y no suele estar reconocido social ni económicamente (14).

Para valorar la presencia de la ‘doble carga’ de las mujeres trabajadoras nos hubiera gustado relacionar estos datos con los relativos al trabajo productivo. Sin embargo, no hemos encontrado estudios amplios y desagregados por sexo que comparen la dedicación al trabajo doméstico de las personas que desempeñan un trabajo productivo, aunque la mayoría de los autores consultados afirman que esta situación se produce con mayor frecuencia en las mujeres y que influye negativamente en su salud (15).

Tradicionalmente se ha llevado a cabo la realización del trabajo reproductivo por parte de las mujeres, por considerarlas con habilidad innata para desarrollarlo. Esta premisa ha sido sustituida por una explicación basada en la discriminación de género por la que se otorga esta responsabilidad a las mujeres, de modo que su incorporación al mercado laboral está suponiendo para ellas una sobrecarga de trabajo, puesto que, además de desempeñar un trabajo productivo, su dedicación al reproductivo continua siendo mayor que el de los hombres (16). Se han realizado estudios que analizan la percepción tanto de hombres como de mujeres sobre el trabajo doméstico, en los que se establece que ambos sexos perciben estas tareas como feminizadas, puesto que consideran que son ellas las que realizan ‘siempre’ o ‘habitualmente’ tales labores, salvo en el caso concreto de las ‘pequeñas reparaciones domésticas’, consideradas como masculinizadas (17). Por este motivo es importante estudiar el indicador ‘trabajo reproductivo’, que incluye el cuidado de menores, mayores y discapacitados, además de las tareas del hogar.

Como se observa (figura 4) son las mujeres, con una clara diferencia porcentual, las que más se ocupan de las tareas del hogar y el cuidado de menores. Por otro lado aunque es mayor el porcentaje de mujeres que cuidan a mayores y discapacitados, hay pocas diferencias en las horas que unas y otros dedican a estas tareas.

figura 4

*Figura 4.– Encuesta Nacional de Salud 2006.

 

3.1.5. Hábitos Tóxicos

El consumo de tabaco y de alcohol son indicadores que están íntimamente relacionados con la premisa, ya mencionada, basada en el sistema patriarcal en el que los hombres, culturalmente, afrontaban una mayor exposición a riesgos para la salud8.

Como reflejan los siguientes gráficos (figuras 5 y 6), el consumo de tabaco y de alcohol son mayores en hombres que en mujeres. Sin embargo, podemos observar que en los últimos años va disminuyendo en los hombres el consumo de tabaco, mientras que se mantiene en las mujeres.

La vinculación de estos parámetros con el indicador de clase social determina que en los hombres el mayor consumo de alcohol se produce en las clases sociales bajas, mientras que en las mujeres, por el contrario, son las de clases sociales altas quienes más consumen8.

Figura 5

*Figura 5.– Encuesta Nacional de Salud 2006.

 

figura 6 

*Figura 6.– Encuesta Nacional de Salud 2006.

 

3.1.6. Actividad Física, Sobrepeso y Descanso

Estos tres comportamientos forman parte de los patrones básicos de vida y tienen una influencia fundamental en la salud física, psicológica y social de las personas. Existen evidencias de que estos patrones están claramente influenciados por el género y que el equilibrio de los tres proporciona bienestar a las personas (8).

El siguiente gráfico (figura 7) recoge la información sobre la actividad física en el tiempo libre.

Se observa que en el intervalo de edad entre los 16 y los 44 años es mayor el porcentaje de hombres que  realiza actividad física, mientras que en los rangos comprendidos entre los 45 y los 64 años es mayor el de mujeres. La relación se invierte, de nuevo, a partir de los 65 años, siendo más los hombres que realizan actividad física. Por consiguiente, se podría afirmar que el sedentarismo en las mujeres es mayor en las edades extremas de la vida8.

La influencia del género en este aspecto, también está determinada por la actividad física que se desempeña tanto durante el  trabajo productivo como en el reproductivo. Durante el desempeño de la actividad laboral son los hombres quiénes realizan actividades que requieren mayor esfuerzo físico, mientras que más de la mitad de las mujeres desarrollan la mayor parte de su jornada laboral en posición de bipedestación, sin grandes desplazamientos o esfuerzos (8).

Además, debido a la doble carga que, en general, supone para las mujeres compaginar el trabajo productivo con el reproductivo, éstas tienen una menor disponibilidad de tiempo para realizar una actividad física regular y saludable.

figura 7

*Figura 7. Encuesta Nacional de Salud 2006

En segundo lugar, alimentarse de forma saludable suele estar determinado, entre otras razones, por la conomía, la disponibilidad de tiempo y por determinantes culturales (8). Por ello, con el fin de describir de forma orientativa el estado nutricional de hombres y mujeres y, al carecer de otro tipo de información que lo refleje con mayor precisión, se expone el Índice de Quetelet de la población.

Se observa (figura 8) que el porcentaje de mujeres y hombres obesos es muy similar. Destacan las diferencias en  los estados de sobrepeso, considerando dentro de esta categoría a los hombres y las mujeres con valores de entre 25 y 30 kg/m2, en el cual los hombres prácticamente duplican el porcentaje de las mujeres; y en el peso insuficiente, en el que las mujeres poseen un porcentaje seis veces mayor que el de los hombres, incluyendo en esta categoría a los que presenten valores por debajo de 20 kg/m2.

Al incluir la variable de clase social, se detecta que es mayor  en ambos sexos la presencia de obesidad en las clases sociales más desfavorecidas y, sin embargo, la frecuencia de peso insuficiente es mayor en hombres de clase social baja y en mujeres de clase social alta. Probablemente se debe a razones económicas en los  hombres de estamentos sociales bajos, mientras que en las mujeres de clases altas parece estar relacionada con varios factores, como la excesiva preocupación por el estado de salud, la mayor consideración de la propia imagen y por estar sometida a niveles más altos de estrés8.

Si analizamos la autopercepción sobre su peso, encontramos que las mujeres se perciben más obesas que los hombres, incluso en los rangos en los que ellos presentan mayor porcentaje de sobrepeso. Estas diferencias podrían evidenciar una mayor preocupación de las mujeres sobre este tema y, en consecuencia, por su estado de salud (8).

Por último, se expone la información relacionada con el descanso. En general, los patrones de sueño por sexo son similares, aunque cabe destacar que dentro del grupo de personas que duerme menos de seis horas la mayoría son mujeres. Específicamente, entre los 25 y los 34 años la mayor proporción de personas con menos de seis horas de sueño diario, son mujeres. Mientras que los hombres de 44 años en adelante son los que con mayor porcentaje duermen diez o más horas al día (8).

figura 8

*Figura 8 Encuesta nacional de salud 2006

3.1.7. Controles de Salud

Se tiene en cuenta como indicador de referencia el control que lleva a cabo la población sobre determinados factores de riesgo, para poder determinar intuitivamente la preocupación por el propio estado de salud, tomando como referencia el control de la tensión arterial y la medición del colesterol. Según los datos recogidos por la ENS 2006, se podría afirmar que los patrones de control de la salud son bastante similares, aunque es ligeramente superior el porcentaje de mujeres que llevó a cabo estos controles en los últimos tres años8.

 

3.1.8. Utilización de los Servicios Sanitarios

Para analizar el uso de los servicios sanitarios se tomarán los indicadores de consulta médica, asistencia urgente, hospitalización y uso de medicamentos en los últimos 12 meses.

En primer término, se relaciona el porcentaje de hombres y mujeres que acudió a una consulta médica durante los últimos 12 meses y, según los datos expuestos por la ENS 2006, podemos afirmar que en general el porcentaje de mujeres que acuden a consulta médica es mayor que el de hombres (13).

Sin embargo, para analizar esta información es imprescindible tener en cuenta que los procesos relacionados con la reproducción requieren una mayor asistencia sanitaria hacia las mujeres, lo que en ocasiones, sobre todo en las edades reproductivas, puede explicar su mayor utilización de los servicios sanitarios (8). Esto  explicaría el aumento en la diferencia de porcentajes en las edades centrales de la vida y la aproximación de porcentajes en las edades más extremas

En segundo término, se relaciona el porcentaje de hombres y mujeres que requirieron de asistencia urgente en los últimos 12 meses. Según los datos ofrecidos por la ENS 2006, se observa que el patrón es muy similar  para ambos sexos, existiendo una diferencia más considerable –al igual que en el apartado anterior– en las edades centrales.

Por otro lado, se analizan los datos de hospitalización en función del sexo obtenidos del Informe Género y Salud 2005 y se observa que en general el porcentaje de hombres hospitalizados es mayor que el de las mujeres, salvo en las edades reproductivas (8). También se ha observado que el porcentaje de hospitalización tras acudir a un servicio de urgencias es mayor en los hombres que en las mujeres8.

Y por último, según el Informe Genero y Salud 2005, el uso de medicamentos es mayor por parte de las mujeres, en general, que de los hombres. 

Varios estudios relacionan el diferente uso de los servicios sanitarios y la medicalización de la salud de las mujeres (8) con la imagen social, por tanto basada en el género, aún vigente de lo masculino y lo femenino que otorga a los hombres valores de fortaleza y valentía que dificultan su aceptación de la enfermedad en mayor medida que las mujeres, para las que parece cuando  menos ‘normal’ que utilicen con frecuencia los servicios sanitarios, no sólo por el hecho de ser las reproductoras sino también por considerarlas más débiles. Esto puede ocasionar en muchos casos el retraso en la atención sanitaria de los hombres que ellos mismo favorecen, en aras de mantener el constructo social de fortaleza.

Además, según el barómetro sanitario, los hombres valoran más positivamente el sistema sanitario público que las mujeres. Por tanto, se podría afirmar que las mujeres, que son las que utilizanel sistema sanitario con mayor asiduidad, son más críticas con éste, puesto que consideran con mayor frecuencia que los hombres que “necesita cambios fundamentales, pero algunas cosas funcionan” (18).

 

4.– LA INFLUENCIA DEL GÉNERO EN LA SALUD

Las diferencias de sexo y de género forman parte de los determinantes de la salud (2) y, por tanto, generan  desigualdades en la salud de la población, pues como se ha podido comprobar en el capítulo anterior, el estado de salud de hombres y mujeres es diferente, ya que lo son los factores que influyen en la salud de unos y de otras.

Aunque los factores de riesgo son cambiantes, habitualmente los hombres han practicado conductas de riesgo físico (consumo de tóxicos, accidentes, etc) en mayor medida que las mujeres, que pueden producir accidentes y enfermedades en las edades medias de la vida, provocando muertes prematuras. Por el contrario, las mujeres han desarrollado problemas crónicos, físicos y mentales, que no causan la muerte, pero sí importantes limitaciones durante toda la vida, debido a la influencia en la salud de sus roles sociales (19). Algunos autores han observado que se producen situaciones en las que los mismos factores influyen de forma diferente en la salud de hombres y mujeres, como es el caso, por ejemplo, de la convivencia en pareja, que supone para las mujeres, debido a la distribución desigual del trabajo reproductivo, un aumento de la carga de trabajo que puede afectar negativamente a su salud. Mientras que en los hombres se ha observado que actúa como factor protector de la salud, porque constituye una fuente de apoyo social y aumenta el desarrollo de conductas saludables (19).

En la sociedad occidental contemporánea se han descrito cuatro modelos de género y su posible influencia en la salud (20). El primero es el modelo tradicional, muy extendido durante el siglo XIX y presente todavía en las generaciones más mayores, en el cuál el motivo de la unión entre hombres y mujeres es constituir el núcleo social básico: la familia, basada en relaciones de parentesco jerarquizadas y la división sexual del trabajo, siendo la función de cabeza de familia por parte del hombre su forma de realización personal, mientras que para la mujer es la maternidad. Este modelo supone para el hombre la exposición al riesgo con el fin de demostrar fortaleza, así como los problemas derivados de las posibles dificultades del sostenimiento familiar; mientras que en el caso de las mujeres destacan el deterioro de sus redes de apoyo social y la sobrecarga de cuidadora como única actividad, entre otros (20).

Otro de los modelos descritos es el modelo de transición, en el que los motivos de la unión entre hombres y mujeres son el amor y la creación de una familia no jerarquizada, basada en las relaciones de parentesco, amor y apoyo mutuo. En este modelo, habitualmente, se desempeña un trabajo remunerado por parte de ambos, pero el trabajo doméstico suele estar desigualmente repartido, siendo este último desempeñado también por las  mujeres, dando lugar a una jornada laboral doble o incluso triple con la consiguiente sobrecarga y efectos en su salud, así como la frustración de no poder alcanzar el proyecto personal de trabajo por falta de tiempo.  Según este modelo, las mujeres y los hombres alcanzan la realización personal mediante el trabajo propio, el mantenimiento satisfactorio de la pareja y, en el caso de las mujeres la maternidad, y la paternidad en el de los hombres, desde el punto de vista de su responsabilidad social (20).

En el modelo de género contemporáneo los motivos de unión son el amor y compartir proyectos de vida  juntos, facilitando los proyectos individuales mediante la alianza de recursos. Este modelo se basa en relaciones no jerarquizadas e igualitarias, en las que los hijos son proyectos de vida individuales y ambos alcanzan su realización mediante los proyectos vitales propios en el ámbito profesional, amoroso, paternal o maternal. La influencia de este modelo en la salud es similar en hombres y en mujeres, pudiéndose producir competitividad por el éxito entre ambos, rivalidad y distanciamiento, frustración, desistimiento en la búsqueda de pareja y soledad, entre otros, destacando para los hombres la aparición de sobre-exigencia en la satisfacción sexual (20). 

El último modelo descrito, al que se dirige la sociedad y del cual está más cerca la porción más joven de la sociedad, es el de género igualitario. Se considera un modelo protector de género, puesto que se basa en las relaciones comprometidas en términos de igualdad, tanto social como íntima (20). Aunque aún no se ha podido estudiar, por constituir el futuro, la influencia de este modelo en la salud podría esperarse que también produzcan efectos psicosociales, al igual que ocurre con los anteriores, pero sin que éstos resulten desiguales e injustos en función del sexo por tratarse, como ya se ha dicho, de relaciones igualitarias.

Actualmente, el modelo más extendido es el modelo de transición, que produce sobrecarga para las mujeres  por la desigual distribución del trabajo reproductivo. Por eso, se han ido originando cambios en la sociedad con el fin de facilitar la compatibilidad del trabajo doméstico con el remunerado, en el que cada día están más presentes las mujeres. Las estrategias que para la conciliación de la vida laboral y familiar se han ido desarrollando, como puede ser el trabajo a tiempo parcial, los servicios de proximidad (guarderías, asistencia a domicilio, centros de día…) o el apoyo informal (generalmente familiar y proveniente de otras mujeres), suelen ir destinadas a que sean ellas las que concilien (15), con la consiguiente carga de responsabilidad, culpabilidad, renuncias y, también, de pérdidas de poder, de desarrollo profesional, de tiempo… y de salud.

Por el contrario, son escasas las medidas dirigidas a que los hombres compartan responsabilidades familiares, tales como los permisos por paternidad y las excedencias por cuidado de hijos, por lo que deberían ampliarse y promoverse activamente para que produzcan cambios reales en los comportamientos sociales.

Por otro lado, uno de los factores que explican la mayor demora por parte de los hombres para solicitar  asistencia sanitaria cuando sufren un problema de salud8 se basaría en la construcción social tradicional, correspondiente al modelo patriarcal que implica, de forma tácita, el deber de mostrar fortaleza física, no evidenciar debilidad y mostrarse saludables y, por consiguiente, asumir la exposición a riesgos para la salud (4). 

Además, el proceso de enfermar, implica distintas consecuencias para hombres y para mujeres, por ejemplo la hospitalización por parte de los hombres supone (en general) el absentismo laboral durante el periodo que le corresponda, la suspensión de obligaciones, así como el apoyo o cuidado secundario de un familiar  durante  el periodo de hospitalización y durante el periodo de recuperación en el hogar, que suele estar  proporcionado por su pareja u otras mujeres de la familia en caso de no tener pareja. Mientras que la hospitalización en el caso de las mujeres suele suponer, además del absentismo laboral que corresponda como en el caso de los hombres, el abandono de las obligaciones derivadas del ‘trabajo reproductivo’, asumiendo dichas obligaciones otras mujeres de la familia, que además serán las que se ocupen del cuidado de la hospitalizada (21).

El género influye por lo tanto en la naturaleza, la vulnerabilidad, la frecuencia y la severidad de los  problemas de salud, así como en la percepción de los síntomas, la utilización y la accesibilidad de los servicios sanitarios, el cumplimiento del tratamiento y de las actividades preventivas e, incluso, en el pronóstico de los problemas salud (4).

Sin duda, dentro de esta materia lo que más importancia ha cobrado en los últimos años ha sido la inclusión de la perspectiva de género en la investigación sanitaria. De forma lógica, puesto que se convierte en imprescindible para aportar la información necesaria sobre la situación de salud de la población que permita definir las políticas y planificar y programar las actuaciones oportunas y adecuadas a las necesidades en salud de hombres y mujeres. También deberá incluirse la perspectiva de género en la evaluación de los planes y programas y, en general, de todas las actuaciones. Sólo de este modo podrán ser una realidad las  recomendaciones de la ONU y de la OMS, el ordenamiento jurídico de la Unión Europea y la legislación española.

Uno de los organismos pioneros en la promoción de la inclusión de la perspectiva de género es el Instituto de la Mujer, tanto en la investigación como en la implementación de programas sociosanitarios relacionados con la salud de las mujeres, que desde su creación en 1983 ha fomentado y subvencionado la formación en materia de género, la investigación sobre mujeres y de género, así como la creación de programas con perspectiva de género dedicados a problemas de salud prevalentes en las mujeres (como el cáncer de mama).

La aplicación de la perspectiva de género como marco conceptual para describir el estado de salud de la población y poder crear políticas sanitarias que aborden sus necesidades, requiere la inclusión del análisis de las necesidades en función del sexo y de las construcciones socioculturales de género interiorizadas (modelos, ideales y estereotipos), que motivan comportamientos o actitudes en relación con la salud, con el modo de acceso y consulta en los servicios sanitarios y con los recursos y atención que se prestan en los  mismos8. 

Cabe especificar que el objetivo de lograr la equidad de género, hacia el que van encaminadas todas las  actuaciones, y que constituye la meta de este paradigma, no implica igualar las tasas de mortalidad de  hombres y mujeres (11), ni otorgar exactamente los mismos recursos y servicios, puesto que se busca una organización equitativa, no igualitaria. Más bien, consiste en organizar los recursos sanitarios de forma que,  tanto hombres como mujeres, reciban la atención de salud adecuada a sus necesidades en cada etapa de su  vida, en función de los factores de riesgo de unos y otras y actuando sobre las diferencias evitables que se producen entre ellos.

Además de la implementación de la perspectiva de género en la investigación y en todas las actuaciones sanitarias, se han producido en nuestro país otras iniciativas durante los últimos años, como la aprobación  d de la Ley Orgánica 03/2007 de 22 de marzo para la Igualdad Efectiva de Hombres y Mujeres o la creación del Ministerio de Igualdad en el año 2008, con la finalidad de llevar a cabo todas las actuaciones necesarias para hacer efectiva la erradicación de discriminación o desigualdades en cualquier ámbito. Sin embargo, el  Ministerio de Igualdad tuvo una corta duración, ya que poco después ha sido transformado en una Dirección General englobada dentro del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad.

Otro de los aspectos a tener en cuenta para la inclusión de la perspectiva de género en todas las actuaciones  en materia sanitaria es el análisis e intervención sobre los estereotipos de género existentes entre los profesionales de la salud, es decir, de sus creencias arraigadas sobre que algunas actitudes, actividades,o profesiones son propias de un sexo u otro, sin base científica que sustente tal opinión (21).

También en el ámbito sanitario existen estereotipos de género, siendo el más extendido el de que los hombres se dedican a ‘curar’ y las mujeres a ‘cuidar’, otorgando de esta manera al sexo masculino el dominio  científico-técnico en este campo, mientras que al sexo femenino se le otorga un rol menor, el de cuidadoras, para el que posee una serie de capacidades consideradas ancestralmente como innatas y cuya pervivencia se mantiene en el constructo colectivo (21).

De este modo, hasta hace pocas décadas los hombres ocupaban los puestos de mayor poder, en los estamentos más altos y con capacidad y recursos para la investigación, con lo que decidían tanto los temas a investigar, como los métodos y las muestras, relegando a un segundo plano los temas específicos de mujeres, las muestras representativas y los métodos, para lo que ellas tenían limitaciones o resultaban más problemáticas.

Estos estereotipos de género tienen también una gran influencia en la profesión enfermera, considerada ‘de mujeres’ e integrada por ellas en un 80% (21). Esta situación y los estereotipos sociales y profesionales sobre las mujeres y las profesiones sanitarias conducen, por un lado, a que la Enfermería no sea considerada una profesión a la que puede dedicarse cualquier persona, de cualquier edad y por supuesto de cualquier sexo (21) y, por otro, a la ‘naturalización y devaluación’ de los cuidados, es decir, a que sean considerados como algo innato y natural que no requiere cualificación ni esfuerzo. De esta forma, se ha considerado a la Enfermería como una extensión del rol de madre, cuidadora y reproductora. 

Todo esto refleja la necesidad de incluir la perspectiva de género en la formación de las profesiones sanitarias y, de este modo, garantizar las condiciones que permitan llevar a cabo una adecuada actuación sanitaria, en relación con la promoción de la salud, la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades de hombres y mujeres y, de este modo, corregir también los sesgos de género intraprofesionales (21). Por este motivo, varios especialistas apuntan la conveniencia de incluir esta materia como troncal u obligatoria en los  planes de las nuevas titulaciones de grado de ciencias de la salud (medicina, psicología, fisioterapia y  enfermería), dentro del marco del Espacio Europeo de Educación Superior.

En la actualidad, el Observatorio de Salud de la Mujer ha promovido acciones formativas relacionadas con la especialización en salud pública y género, y, desde las universidades, se han desarrollado actividades formativas sobre salud y género, tanto en las titulaciones de grado y posgrado de las profesiones sanitarias  como en los programas de doctorado de las Ciencias Humanas y Sociales (21).

Como conclusión final, se podría establecer que, aunque en las últimas décadas se ha desarrollado un claro avance en la introducción de la perspectiva de género tanto a nivel sanitario, como social, cultural y político, todavía queda un largo camino para realizar procesos bajo la perspectiva de género, puesto que la  elaboración de planes y programas sociosanitarios está iniciándose aún en estos términos.


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